La motivacion de la vida humana y espiritual.

 
El deseo es la motivación de la vida humana que mueve, dirige y orienta los actos del hombre.
 
Pero hablar de deseo implica connotaciones muy amplias. Nuestra forma corpórea existente tiene deseos, es decir apetitos necesarios para la vida plena y feliz;  deseos de expirimentarse a si misma,  nuestra psique tiene deseos, deseos de entregar afecto, por ejemplo, y nuestra mente desea conocer, pensar; recordar y anhelos que subyacen en las profundidades de nuestro espiritu desconocidos para nosotros mismos.
 
Al referirnos antes a las dos características básicas del deseo humano, hemos señalado dos formas de expansión:
 
El crecimiento continuo de sus necesidades fisicas y la existencia de deseos que trascienden lo biológico.
 
 
El hombre, como todos los organismos, se mueve hacia alguna parte porque necesita elementos que no tiene y que le hacen falta para existir. En un comienzo, la carencia de estos elementos provoca una búsqueda por adquirir lo material que produce en los organismos alteraciones internas, desequilibrios y tensiones que se traducen en movimientos encaminados a conseguir del ambiente exterior lo que le falta en el interior.
 
Todo este proceso se movería en un círculo cerrado, un ciclo que, en el momento en que se acaba, comienza de nuevo en un continuo rotar.
 
El apetito del deseo en el hombre no acaba con la satisfacción de la necesidad basica, sino que aumenta progresivamente, según parece. La imaginación humana espolea el instinto de poder y de vida hasta querer abarcarlo todo, poseerlo todo, estar en todo. La necesidad y el sentimiento de carencia es inmenso y continuo y, como resultado, el apetito se vuelve insaciable.
 
Esta demás que hablar de un círculo, tendríamos que hacerlo en una espiral cuyo eje esta fuera el tiempo, Los deseos del hombre pueden llegar a ser proyectados más allá de lo biológico, porque se da cuenta que la vida verdaderamente humana consiste en desvivirse por algo, en trascenderse a sí misma poniéndose al servicio de valores superiores al de la vida misma.
 
Porque además el hombre puede verse a sí mismo, pensar sobre sí mismo, mirarse en el espejo y reconocerse. Surge el deseo de poseerse a sí mismo y perfeccionarse. Se puede desear ser más eficaz, más bello, más sabio, más bueno.
 
Cuando comienzan a aparecer los deseos que trascienden lo biológico, el hombre cambia la direccionalidad horizontal para expandirse verticalmente. Esta espiral del deseo se transforma y de su horizontalidad se levanta hasta los valores inmateriales.
El deseo material, horizontal, en el que prevalece la cantidad (cantidad de objetos, cantidad de veces) no es selectivo, no implica sentido de perfección. Por tanto, no sirve como impulso de evolución.
 
El sentido de perfección es el que causa el deseo de lo perfecto, que percibimos como lo bello, lo bueno, lo justo, lo verdadero. Aun en la inconsciencia de lo puramente biológico, la vida tiende a engendrar perfección. El deseo básico incita hacia lo que consideramos más bello, más fuerte, más bueno. La vida no satisface sus necesidades de forma indiscriminada, sino selectiva.
 
En el hombre ese mismo sentido de perfección se hace consciente y también la visión de su carencia de la misma. Busca lo bueno y lo bello porque no sólo desea cosas, sino que las desea buenas y bellas y cuanto más mejor.
 
Es en esta espiral ascendente, verticalizante, donde realmente se manifiesta la vida y donde el hombre se realiza como tal. Aquí pasamos del tener al Ser; de la simple función biológica y de la inconsciencia animal al perfeccionamiento del mundo que nos rodea y de nosotros mismos. Del simple deseo de más vida, al de mejor vida; del interes al conocimiento; de la obstension a la sabiduría; de lo efímero a lo que permanece.
 
El hombre busca el equilibrio.
 
El Equilibrio.
 
Según afirma la Sabiduría más antigua, la conciencia humana está situada en el goze entre lo material y lo espiritual. El hombre no pertenecería ni a la tierra ni al cielo, sino a ambos. Su conciencia actúa de puente entre los dos mundos. Desde el punto de vista del deseo, esta situación le hace ser receptor de dos tendencias aparentemente opuestas: la de lo material y la de lo espiritual. Colocado en el centro, desea tanto los bienes perecederos y superiores como aquellos que le otorga la existencia cotidiana. Cuando se sitúa en su lugar correcto, en el hombre confluyen dos corrientes: por una parte capta las posibilidades superiores del mundo espiritual, la belleza, la justicia, la bondad, la verdad; por otra, su actividad en el mundo material le permite llevar las cosas y a sí mismo hacia la perfección de la que haya podido tener noticia. Por eso el sentido de perfección en el hombre le viene de la capacidad de su conciencia de elevarse hasta el mundo espiritual.
 
Cuando esto llega a realizarse plenamente, el hombre se convierte en una fuerza de la Naturaleza, en un canal por medio del cual Dios trabaja en el mundo, en un ser benéfico para todo cuanto vive y para sí mismo.
 
Cerrar las puertas a lo espiritual es impedir al hombre una vida realmente humana, oponerse a su propia autorrealización y sumirle en estados infelices que acaban por destruir su identidad.