El sendero del Discipulo.

 

EL SENDERO DEL DISCÍPULO
 
 
 
Hemos visto que para el neófito la Noche Buena marca el nacimiento
de Cristo Niño dentro de sí mismo;
es decir, que se reconoce a sí mismo ser un verdadero “Hijo de Dios”.
Es este conocimiento el que le abre el sendero del Discipulado.
Como Discípulo, a través de continuos ciclos de luz,
se prepara a sí mismo para la liberación de su casa prisión del cuerpo;
no en la muerte, sino en la Iniciación, cuando por propia voluntad
remonta el vuelo hacia esferas más elevadas de conciencia.
 
Por lo tanto,
para el Discípulo, el logro supremo durante la Noche Buena, es la condición
o estado de llegar a ser el Iniciado.
 
El globo terráqueo es penetrado por el Fuego de Cristo durante
esta época a tal punto, que si fuese observado con la visión espiritual
desde el espacio exterior, tendría la apariencia de una poderosa bola
de luz dorada rodando en su órbita alrededor del Sol.
Esta es la Luz de Cristo que hace posible la Iniciación a toda la humanidad,
no como antes de Su venida que limitaba a ciertas familias sacerdotales o reales
solamente.
 
Cuando viene al lugar de Iniciación, el Discípulo no ha dejado
enteramente el Pesebre tras de sí. Para el Neófito, el Pesebre representaba
el lugar en que las bestias de sentido vital más bajo eran
alimentadas, y este Pesebre debía ser liberado de las bestias y ser
preparado para la pequeña Criatura.
Solamente a través de la purificación y la transmutación de las fuerzas más bajas puede nacer el
Bebé dentro del alma.
 
Para el discípulo que se ha hecho digno de la Iniciación,
el Cristo también nace en un Pesebre;
pero este Pesebre está localizado en la cabeza
y está formado por dos órganos de sentido espiritual,
las glándulas Pineal y Pituitaria, las que,
cuando son despertadas crean la nueva Estrella mística que brilla sobre nuestras cabezas,
como vemos representado en numerosas pinturas del Maestro Jesús.
 
Entre los antiguos la palabra pesebre significaba luz.
Por la luz de la Estrella Mágica de Navidad que brilla hacia adelante desde dentro
de la cabeza, el Discípulo sigue el angosto sendero que conduce hacia
el corazón de la tierra.
El ha encontrado el camino hacia el Santuario Interno
donde escucha a los jubilosos Angeles entonando los himnos iniciáticos.
 
A medida que el victorioso Discípulo es guiado a través de Salones de Luz
hacia la música triunfante de los Angeles,
visualiza sobre los pergaminos de los archivos etéricos del universo,
el cuadro sublime de esta tierra como será cuando hayan cesado las guerras
y prevalezca una paz inacabable.
El comprende nuevamente el significado de la canción angelical
que resonó sobre Belén durante la primera noche de Navidad,
de Paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres;
por ahora en la nota clave del planeta que suena continuamente
desde su Santuario central él lo descubre de nuevo,
y es la misma canción proclamando la misma verdad de Paz en la tierra y buena
voluntad entre los hombres.
Y a medida que la mística hora de la media noche se aproxima,
en la cual las sagradas festividades alcanzan su culminación
es cogido por una llamarada de gloria
y bañado en el  brillo resplandeciente de un Sol que brilla en la obscuridad.
Grandes ondas de luz vibran cerca de él,
coros sublimes de voces angélicas lo sumergen,
y dentro del esplendor trascendente de ese Sol,
él ve la figura iluminada de Cristo,
y escucha la tierna compasión de Su voz diciendo:
“Bien hecho, tú buen y fiel siervo, penetra tú en las alegrías
de tu Señor”.
 
 
 
 
Del libro: PUERTA A LAS ESTRELLAS por Corinne Heline
Traducido por el Centro Fraternal Rosacruz de
Santiago de Chile