Las respuestas de Dios
Un hombre muy devoto vivía en una casa algo alejada de una aldea. Llegada la época
de las lluvias, éstas aparecieron con una fuerza desacostumbrada. Al cabo de una
semana de llover sin parar, vio cómo algunos aldeanos con sus pertenencias se alejaban
del lugar pasando frente a su puerta.
-Vecino -le dijeron-, dicen que todavía lloverá mucho más, y esta es una zona que puede
inundarse fácilmente. Sube a nuestro carro y nosotros te ayudaremos a cargar tus cosas.
-Gracias amigos -contestó el hombre devoto-, pero no estoy preocupado. Dios me
ayudará si llega el caso. Y como acostumbraba, esa noche rezó, pidiendo a Dios que lo
mantuviera fuera de peligro.
Pero continuó lloviendo dos semanas más. El agua ya había penetrado en su casa y le
llegaba hasta las rodillas. Los últimos habitantes de la aldea le gritaron desde sus barcas
al tiempo que remaban apresuradamente:
-Vecino, no te demores ni un instante en venir con nosotros, no pierdas tiempo en
recoger nada.
Las aguas amenazan con subir aún más.
-Gracias, pero no os preocupéis por mí. Marchad tranquilos, que Dios no me dejará
desamparado, seguro que mañana deja de llover -contestó desde el armario donde estaba
subido. Y esa noche la pasó rezando y pidiendo a Dios que no lo abandonara en aquella
situación, sin duda ya angustiosa.
Durante la semana siguiente las aguas fueron subiendo indefectiblemente, de tal modo
que nuestro hombre terminó encaramado en el punto más alto del tejado. Aun así, no
dejó de rezar ni un instante solicitando la ayuda de Dios, confiando ciegamente en la
divina providencia. Estando en esta situación se acercó por allí un equipo de salvación
perfectamente pertrechado.
-Prepárese, que vamos a salvarlo. Ha tenido suerte que pasásemos por aquí, las lluvias
no amainan y la situación es cada vez peor; pero no se preocupe, aquí estamos nosotros
para salvarle la vida -le gritó el jefe del equipo.
-Se equivoca, buen hombre -contestó el devoto-, mi vida sólo está en manos de Dios y
él no permitirá que muera, seguro que mañana mismo deja de llover y en unos días todo
vuelve a la normalidad. Esto es una prueba que Dios me manda para probar mi fe, pero
yo confío en su infinita sabiduría.
Oído esto, aquellos hombres decidieron dar media vuelta, pensando que no merecía la
pena esforzarse en ayudar a un loco que no quería salvarse.
Como continuó lloviendo, el hombre devoto murió ahogado al día siguiente y su alma
llegó ante la presencia de Dios.
-Señor, estoy frustrado, defraudado y desconcertado. ¿Por qué te negaste a socorrerme?
Sabes que recé sin parar pidiéndote que no me abandonaras. ¿Por qué lo hiciste? -
preguntaba aquel alma entre desconsolados sollozos. -Mi confianza en tu ayuda era
absoluta.
La voz de Dios sonó como un trueno.
-¿Cómo que me negué a ayudarte? Nadie tiene la culpa de que seas un completo idiota.
¿Quién crees que te envió a los vecinos del carro, a los de las barcas y al equipo de
salvamento?