Elevarse hasta el cielo y luego regresar a compartir ese precioso tesoro.

 

 

 

En ciertas regiones, se nos dice, hay incontables tesoros.
La comunión, la armonía, el propósito, brillan allí.
Allí hacen falta pocas palabras, se habla con la mirada, se comprende todo.
Esas regiones están también aquí, en el silencio de nuestro altar interno y externo.
Altares que podemos ignorar o frecuentar.
Cuando se frecuentan surge el milagro, y el tesoro, la gloria, se hace visible.
Los humanos somos incrédulos, desagradecidos, ignorantes.
Pero hay un sol que da, que no cesa de dar, y se nos han dado posibilidades infinitas de alegría...

"Dios ha dado a sus criaturas posibilidades infinitas de alegría, pero ha guardado la mayor felicidad para aquél que, con su alma y su espíritu, se esfuerza en fusionarse con Él. Y para que esta alegría sea perfecta, aquel que ha vivido estos instantes de fusión, que ha recibido las gracias divinas, debe esforzarse en reflejarlas a su alrededor para hacer beneficiarios a todos los humanos, ayudarles, mostrarles el camino, llegar a ser para ellos una fuente, un sol que da, que no cesa de dar.
En efecto, la única verdadera alegría es conseguir fusionarse con la Divinidad, y luego hacer partícipes a los demás de esta alegría, compartir con ellos lo que se ha recibido. Nuestra alegría adopta pues en realidad dos formas: elevarse hasta el Cielo para amasar allí tesoros, y luego regresar a la tierra para repartirlos"

 

 



Omraam Mikhaël Aïvanhov