El peso de las creencias

 

Dos jóvenes monjes fueron enviados a visitar un monasterio cercano. Ambos vivían en

su propio monasterio desde niños y nunca habían salido de él. Su mentor espiritual no

cesaba de hacerles advertencias sobre los peligros del mundo exterior y lo cautos que

debían ser durante el camino. 

 

Especialmente incidía en lo peligrosas que eran las mujeres para unos monjes sin

experiencia:

 

-Si veis una mujer, apartáos rápidamente de ella. Todas son una tentación muy grande.

No debéis acercaros a ellas, ni mucho menos hablar, por descontado, por nada del

mundo se os ocurra tocarlas. Ambos jóvenes aseguraron obedecer las advertencias

recibidas, y con la excitación que supone una experiencia nueva se pusieron en marcha.

Pero a las pocas horas, ya punto de vadear un río, escucharon una voz de mujer que se

quejaba lastimosamente detrás de unos arbustos. Uno de ellos hizo ademán de acercarse.

-Ni se te ocurra -le atajó el otro-. ¿No te acuerdas de lo que nos dijo nuestro mentor? 

-Sí, me acuerdo; pero voy a ver si esa persona necesita ayuda -contestó su compañero,

Dicho esto, se dirigió hacia donde provenían los quejidos y vio a una mujer herida y

desnuda. 

 

-Por favor, socorredme, unos bandidos me han asaltado, robándome incluso las ropas.

Yo sola no tengo fuerzas para cruzar el río y llegar hasta donde vive mi f:lmilia.

El muchacho, ante el estupor de su compañero, cogió a la mujer herida en brazos y,

cruzando la corriente, la llevó hasta su casa situada cerca de la orilla. Allí, los familiares

atendieron a la asaltada y mostraron el mayor agradecimiento al monje, que poco

después reemprendió el camino regresando junto a su compañero.

 

-¡Dios mío! No sólo has visto a esa mujer desnuda, sino que además la has tomado en

brazos. 

 

-Así era recriminado una y otra vez por su acompañante. Pasaron las horas, y el otro no

dejaba de recordarle lo sucedido.

 

-Has cogido a una mujer desnuda en brazos! ¡Has cogido a una mujer desnuda en

brazos! ¡Vas a cargar con un gran pecado!

 

El joven monje se paró delante de su compañero y le dijo:

-Yo solté a la mujer al cruzar el río, pero tú todavía la llevas encima.